Disculpas nocturnas
Enojada, histérica, cual locomotora fuera de control, agarré el suéter con capucha que estaba colgado en el closet, baje las escaleras saltando cada peldaño, abrí la puerta de la casa y salí rauda de ese lugar, pensando que si esperaba unos minutos más podía cometer alguna locura. La brisa gélida chocó con mi cara recordándome que el invierno estaba por comenzar, debí abrigarme más pensé. Seguí caminando, rememorando lo sucedido, molestas no vamos a resolver nada era lo único que acaparaba mi mente.
-Buenas noches señorita- el vigilante de la urbanización me despertó de mi trance.
-Buenas noches Sr Alberto- éste me abrió la puerta principal y sin saber a donde ir, mis pies me iban guiando.
Finalmente me decidí y me senté en el parque que esta en frente de donde vivimos. Podía observar a las personas llegar de su trabajo, jugar con sus mascotas, salir a pasear con sus parejas, todos se ven tan felices. Acostada en el césped, miré el firmamento, contemplando las estrellas que eran testigos de mi tristeza en ese momento. Aun me sentía molesta de haber discutido con ella; aunque no se que me disgustaba más, si pelear con ella, que ella tuviera razón, o que mi orgullo desaparecía por ella.
No estoy segura de cuanto tiempo estuve acostada allí, probablemente pocos minutos, pero los necesarios para organizar mis ideas y darme cuenta que tenía que volver a conversar con la musa de mi vida. Insegura de qué hacer o decir, preferí utilizar mi método más efectivo, mi desahogo perfecto, donde siempre encuentro las palabras adecuadas para situaciones como esa. Saqué el celular de mi bolsillo izquierdo, lo desbloquee y empece a escribir sin cesar.
Varios párrafos después, guarde el celular y me dispuse a caminar de vuelta al apartamento. Al estar frente a la puerta no supe que hacer, me revise el pantalón y no me acordaba que tenía las llaves guardadas. Abrí, y la vi sentada en el sofá. Sentí todo enojo y rabia desvanecerse cuando sus ojos se posaron sobre los míos, aquellos zafiros perfectos, los cuales, después de acercarme a ella, estaban cristalinos.
-Lo siento- fue la única frase que pude articular al ver como una lágrima sin permiso se desplazaba por su mejilla. Me sentí culpable de su tristeza. La abrace lo más fuerte que pude haciéndole saber de otra forma, cuanto lo sentía y lo idiota que había sido.
-No te vuelvas a ir por favor- sus palabras denotaban tanto dolor que por un instante se me olvidó el escrito que le tenía que mostrar.
-Jamás me iré de tu lado. Tu eres mi mundo y mi todo- agarre su rostro entre mis manos y la besé como si no hubiera mañana. Pude saborear sus lágrimas y aun así no me despegué de ella. Fue un beso delicado pero apasionado a la vez.- Léelo por favor- entregándole el celular me acomodé a su lado y la abracé. Poco a poco vi aparecer una sonrisa tan perfecta que podría alegrarte el día; volteo y se aferro a mi abrazo.
-Te amo- una frase tan sencilla pero poderosa a la vez. Nos quedamos ahí, recostadas del sofá y admirando la vista de una noche perfecta. En ese momento supe que no necesitaba más nada en mi vida, sino ella.
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